23.2.10

Desde la noche que sobre mi se cierne, negra como su insondable abismo, agradezco a los dioses, si existen, por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia, nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira, yacen los horrores de la sombra, pero la amenaza de los años me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino, cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma.

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